Como el perro y el gato

26.02.2024

Dicen que los gatos y los perros han sido enemigos naturales desde siempre, pero… ¿es esto cierto? Muchos dicen que un perro y un gato no pueden ser amigos, pero como toda regla tiene su excepción, amiguitos, esta historia sobre un perro llamado Sam y una gata llama Betty os lo demostrará.

Todo comenzó a mediados de abril, un mes bastante agradable que a Sam le gustaba especialmente, porque consideraba que no hacía ni demasiado frio ni demasiado calor y, como él vivía en las calles, era la temporada ideal para dormir bajo las estrellas. Un día de ese mes Sam se encontraba paseando con algunos amigos cuando unos ladridos le alertaron de que un intruso se acercaba. Corrieron a toda prisa y, al llegar, se encontraron con una gata que parecía enfadada y que parecía asustada también, tal vez de los ladridos.

  • Es solo una gata —Ladró Sam acercándose un poco más.
  • Los gatos no son amigos —Ladró Pepe pidiendo a Sam que se alejara.
  • No me moveré, está muy asustada. Dejadla tranquila —Ladró de nuevo Sam, mostrando sus grandes dientes para hacerse respetar.

Tras esto, los demás perros se intimidaron tanto que se fueron corriendo, dejando a Sam solo con aquella gata asustada:

  • ¿Cómo te llamas? —Ladró Sam de manera tímida en señal de respeto.
  • Soy Betty —Maulló ella, mientras se alejaba un poco más— Gracias por ayudarme.
  • ¿Quieres ser mi amiga? —Ladró Sam.

Mientras Betty lo miraba fijamente y, tras unos largos segundos, comenzó a reírse con unas carcajadas tan divertidas y tiernas que parecían estornudos.

  • Los gatos y los perros no son amigos, todos lo saben. —Maulló Betty saltando a una caja cercana.
  • Esas son cosas tontas, todos podemos ser amigos. —Respondió Sam moviendo la cola de un lado a otro— Además, si nos divertimos juntos… ¿qué importa lo que digan los demás?
  • ¿Y a qué podríamos jugar? Somos muy diferentes —Maulló Betty mientras observaba cómo Sam parecía cada vez más nervioso.
  • Tú corres y yo te persigo, y luego yo corro y tú me persigues —Respondió Sam emocionado, esperando que Betty comenzara a correr.

Tras aquellas palabras Betty dudó un buen rato, pues sería raro que un perro y un gato tuvieran una amistad, pero dejando de lado los prejuicios decidió ponerse a jugar con Sam. Así, corrieron por todo el parque, por todo el puente y por todo el río, riendo, saltando, maullando y ladrando. Aquello fue tan divertido que quedaron de nuevo al día siguiente para seguir jugando, y desde entonces nunca más se separaron. Sam alejaba a los perros que molestaban a Betty y ella le ayudaba a conseguir objetos de lugares altos, además de hacerle muchísima compañía.

Desde entonces ambos, perro y gato, aprendieron una bonita e importante lección: que un perro y un gato pueden ser grandes amigos, como cualquier otro ser vivo, y que los grandes amigos (sean como sean) pueden hacerse compañía y cuidarse mutuamente. Sam y Betty demostraron que, si es a cambio de estar acompañado, de pasarlo bien y de vivir mil y una aventuras…¡bien vale llevarse como el perro y el gato!

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